Por Paula Juan Armas
No cabe duda de que vivimos una época de continuo cambio, tanto en el ámbito social como en el cultural, y en gran medida, este cambio se debe al desarrollo que ha tenido últimamente la comunicación y todos los dispositivos que se adhieren a ella, dispositivos que muchos de nosotros, no soltamos a lo largo de todo el día, como si de un apéndice de nuestro cuerpo se tratara.
Parece ciencia ficción, pero es así, ya no utilizamos el teléfono móvil para llamar al abuelo que hace meses que no vemos, o para quedar para ir al cine, ahora este dispositivo lo es todo, es mapa, es reloj, calculadora, calendario, agenda, ventana a internet y herramienta imprescindible para la comunicación constante y enfermiza entre personas que, en determinados casos se encuentran a miles de kilómetros o tal vez en la otra habitación de nuestra casa.
Con la llegada de la era digital, la mayor parte de nosotros, pobladores del mundo desarrollado occidental, tenemos acceso constante y sonante a internet a través de diferentes y variados tipos de dispositivos: tablets, smartphones, ordenadores de mesa, ordenadores portátiles e incluso reproductores de música.
El carácter multifuncional de estos dispositivos y la abundancia de los mismos hacen que muchos de nosotros desarrollemos auténticas dependencias imposibles de erradicar con una mera terapia.
Así, ante este panorama, las instituciones culturales como los museos, apuestan por ofrecer aún más herramientas de acceso e interactividad, muchas de ellas a través de nuestros smartphones, ¡cómo no!.
Si el mundo nos lleva por unos derroteros basados en las experiencias a través de una pantalla del tamaño de nuestra mano, mis preguntas son, ¿por qué las instituciones culturales también tienen que ofrecernos experiencias a través de más pantallas? ¿Por qué no desvincular, por un pequeño periodo de tiempo, nuestra mano del dispositivo táctil? ¿Por qué no alejar la vista de la pantalla y centrarla por un momento en la experiencia cultural que nos ofrece el museo?
Sin duda, creo que los museos están desarrollando app’s realmente útiles, sobre todo aquellas centradas en la accesibilidad para personas con ciertas discapacidades o aquellas que son más interactivas, sobre todo para cuando salimos de las puertas del museo, para quedarnos como “enganchados” a la experiencia cultural que nos ofrece. Pero por otro lado, me parece que las instituciones culturales deberían intentar apostar por hacer que desconectemos un poco de la dichosa pantallita, ofrecer una experiencia que apueste más bien por lo real que por lo digital.
Al igual que el acceso a internet, la experiencia digital se puede convertir en una herramienta útil, si la sabemos utilizar, pero ha quedado más que claro que los seres humanos somos fácilmente persuasibles, y nos dejamos llevar por las lucecitas y las pantallitas, como si fuéramos auténticos ludópatas en potencia desde nuestro nacimiento.
Apostar por una experiencia digital como recurso interactivo para los museos y organizaciones culturales, sí; crear app’s para cada tontería que se le ocurra al equipo de comunicación del museo, no.
Deberíamos intentar empezar a distinguir hasta que punto una app puede ser útil para nuestra visita a un museo, y hasta qué punto ésta misma puede descentrar al visitante de la verdadera misión del museo; mostrarnos auténticas ventanas históricas, culturales, o de información abiertas al mundo, ventanas que no tienen por qué ser pantallas.
Sería interesante descubrir nuevos museos que apuesten por experiencias libres de “digitalismos”, cargadas de realidad, en las que se hiciera indispensable la atención a través de nuestros cinco sentidos, olvidando por un momento, ese apéndice digital al que pasamos el día conectados.
¡Muy interesante y acertada reflexión! Nos quedamos con la frase “Apostar por una experiencia digital como recurso interactivo para los museos y organizaciones culturales, sí”. 😉
Muchas gracias @CubusGames ! Todo en su justa medida es la clave 🙂